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Cuando pintar es una fiesta consciente
Sobre la producción actual de Victoria Llorens

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Victoria se acercó a la pintura en 2005, de manera autodidacta y poco tiempo después conoció a Jorge Demirjián (1932-2018), quien se transformó en su maestro luego de haber transitado el camino de la pintura junto a él, durante diez años.
Allí, Victoria comprendió la ambivalencia que supone toda obra bien construida: mientras que la rigurosidad es una variable ineludible, la fiesta, el goce y el disfrute de la producción, están presentes continuamente. Son pares necesarios, complementarios en su producción.

Esa rigurosidad que habita en la forma y en lo constructivo, también se pone en evidencia en la paleta de colores, que siempre es el resultado de un laborioso proceso de búsqueda que nunca puede resolverse con el color de pomo directo.


No hay lugar para la pereza, tampoco hay espacio para el error. Las dimensiones que maneja la obra de Llorens, ponen todo en evidencia. Cualquier detalle fuera de lugar, cualquier duda será visible, y es allí donde se comprende que en ella pintar es una fiesta consciente, es una celebración racional y premeditada.

 

En algunos casos, se pueden distinguir arquitecturas, que congeladas en el preciso instante en el que están perdiendo su estabilidad, nos remiten al principio de un desastre. Son arquitecturas de formas pulidas, de planos depurados, que entonces nos pueden hacer pensar en maquetas, en ensayos de laboratorio que se practican virtualmente para conjeturar sobre los resultados de un suceso de esas dimensiones en el plano real.
Pero en otros, es difícil identificar las formas y buscar su cotejo con objetos o construcciones conocidas, y entonces es allí donde es posible pensar que su pintura se mueve del micro al macro, mostrándonos escenas observadas desde una importante distancia y a la vez desde un acercamiento casi microscópico, pero también de la figuración a la no figuración. Es en esa flexibilidad que se encuentra a gusto y que sostiene sin conflictos.

 

Esos cuerpos, que ganaron cada vez mas una personalidad propia, comenzaron en el último tiempo, a pedir materia. Ya no quieren más simular su tridimensión, quieren poseerla tangiblemente. Así es que esta nueva etapa encuentra a la artista manifestando su obra en el plano del objeto, o casi como instalaciones que se van debatiendo la persistencia entre la textura, el color y el volumen.

 

Tal como enunció David Hockney hace tiempo, no es necesario creer en lo que dice un artista, sino en lo que hace. La obra de Victoria está, existe y es una fiesta a la que todos estamos invitados a participar y en la que sin dudas es totalmente posible creer.

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María Lightowler

Diciembre 2019

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